Era mucho más que un partido. Era una profecía, casi una maldición para los rivales de Los Angeles Clippers. Se llegaba al encuentro con 2-1 en el contador y, de consumarse una victoria angelina, las escrituras dictaban sentencia para los Suns. Debía verse, pero los de Arizona han evitado averiguarlo. El 3-1 es suyo, con sudor… y prácticamente sangre. Porque, finalmente, han salido victoriosos de Los Angeles, pero tras una nueva guerra, tras un nuevo encuentro decidido en un último cuarto eterno y entre aciertos y errores en los tiros libres. Los de Tyronn Lue, como zombis durante la primera mitad, volvieron a hacer gala de su resiliencia, de una forma de aferrarse a las series, a la supervivencia, que pocas veces se ha visto. El tercer cuarto (30-19) les concedía su infinita vida, la que ya no tenían, la que perdieron en un último parcial digno del partido. Malo, muy malo, si se habla en términos baloncestísticos (14-15); pero sumamente emocionante, repleto de tensión y garra. Con 76 a 79 en el marcador a falta de un minuto, la línea de castigo iba a dictar sentencia. Acudían a ella Paul George y Chris Paul. El primero, con tres aciertos en cuatro intentos; el segundo, con cinco en seis. Y también acudía DeMarcus Cousins, protagonizando una acción difícil de entender. Con 79 a 81 en el electrónico y 5,6 segundos, anotaba el primero y, a propósito, como debía hacer, fallaba el segundo; pero no de la forma en que debía. Pedrada al tablero y, con ella, final de la resurrección (80-84). George, con su único error en dichos tiros finales, perdía la oportunidad de dejar el marcador a un punto con 3 segundos por delante; pero la agonía ya había encontrado su final. No había nueva oportunidad.
El partido, en sí, fue una suma constante de errores que, simplemente, encontró un destino acorde: en el barro y con las manos sucias, tanto para el ganador como para el perdedor. Los Clippers salían con la intención de repetir ritual, pero los Suns lo hacían mejor, con Chris Paul a los mandos. Los locales, engullidos por un ritmo inicial agotador, no anotaban su segunda canasta hasta cuando restaban 7:40 minutos para finalizar el primer cuarto: George, desde el perímetro, queriendo ser héroe de nuevo (5-14). Terminó con grandes números, 23 puntos, 16 rebotes y 6 asistencias, dando la cara en ausencia de Kawhi, pero el final, otra vez, fue injusto con él. En resumen: mucho ritmo, mucha tensión, poco acierto y, por ende, pocos puntos. El primer cuarto lo dejaba claro: enfrentamientos verbales… y no tan verbales. Jae Crowder, Patrick Beverly, etc. Empezaban los más proclives a ello, pero se apuntaban todos, con dos técnicas prácticamente seguidas. La primera, a George, tras un manotazo a un Booker que buscaba el cruce de miradas; la segunda, a Cameron Payne, que, tras varios intentos de robo de Terance Mann (12+4), se revolvía para deshacerse de su presencia. Devin, en el último cuarto, le devolvía el recado a George y este, aprovechando uno de los tiros libres, dejaba el marcador en 70 a 71 con 10 minutos por delante. Entre medias, un mundo de cosas, pero con un inequívoco: partido muy duro, de mucho contacto. Uno de esos en los que se tiene que sudar cada canasta, un cuarto de Finales de Conferencia con, además, cierto misticismo en su valor.
Hábitat idóneo para Booker, cuya máscara, con todo ello, parecía perfecta para la ocasión: finalmente, no lo fue. De hecho, no terminó el partido: ni él, ni la máscara. Antes, eso sí, había dejado 25 puntos, un tesoro, hoy, con muchos quilates de valor. El trash-talking era suyo y el acierto, con varias bombitas de bella factura, también. En lo que a anotación se refiere, siempre ha sido un asesino con cara de niño: bajo el nuevo atuendo, no podía engañar a nadie. Contraste con lo ocurrido entre las líneas rivales: mucho desacierto exterior, cierta obcecación con él y, además, imposibilidad de cambiar el plan. DeAndre Ayton se lo impedía, amo y señor de la pintura. El encuentro se había inaugurado con un 2+1 suyo y, lejos de ser algo coyuntural, empezaba a poner de manifiesto algo estructural: el small ball puede aportar desde ciertas atalayas, pero no desde la suya. Paul, con la experiencia y la calidad, olfateaba el agujero y lo explotaba para, con un alley oop a su gigante, poner la máxima diferencia (26-39) hasta el momento.