Murió Hagler, Marving Hagler. Uno de los cuatro mejores boxeadores de los pesos medianos que dominaron las décadas de los 70 y 80. Los otros fueron Roberto “Mano de Piedra” Durán, Tommy Hearns y Sugar Ray Leonard. Hagler era el más completo de todos, pero a la vez el menos carismático. Nunca gozó del carisma de Durán, no tenía la potencia de los puntos de Hearns, ni la técnica de Leonard, pero fue un boxeador valiente, un artista de la defensa que tomaba la iniciativa de ir tras el rival sin importar las distancias o rincones. Centro del ring, contra las cuerdas o en las esquinas.Para Hagler no existía zona predilecta. Muchos analistas lo consideran el mejor peso medio de aquella era. Protagonista junto a Hearns de los tres asaltos más emocionantes y violentos de la historia del boxeo. Pelea que su entrenador Goody Petronelli quería detener tras finalizar el segundo round y ver como su pupilo sangraba sin cesar mientras perdía momentáneamente el 50% de su visión por el hinchazón de sus ojos. “Lo terminas ahora en el tercero o no sales a boxear en el cuarto” le advirtió Petronelli a Hagler durante el descanso de un minuto. La historia es conocida. Jamás fue derribado en 67 combates. Tras la cuestionada derrota ante Leonard en 1987, Hagler delató los horrores ocultos del boxeo. Nunca volvió a subir a un cuadrilátero. Se escapó a Italia en donde se dejaba ver por Palermo, Lake Cuomo o Venecia. Terminó odiando la mano mafiosa que mece la cuna de boxeo, esa que tanto daño le ha hecho al deporte de los guantes. Fue una víctima, quizás por ser como fue; un tipo sin poses y que tomaba todos los atajos posibles para decir lo que pensaba. El precio de la honestidad se paga caro en los ámbitos del boxeo, deporte en el que las normas indican que es mejor ser políticamente correcto. Que la tierra le sea leve.
Raul Breton.