La zozobra te hace dudar de todo. Sobre todo cuando se trata de una doble zozobra como la del Barcelona: una real, fáctica –el equipo está prácticamente fuera de Champions y viene de perder el primer puesto en liga ante su máximo rival- y otra psicológica –un estado de ansiedad como no se recuerda desde los tiempos de Gaspart, de manera que todo se magnifica y se distorsiona con estrépito-. La zozobra hace que dudes de si Busquets te vale o no, de si el centro del campo está mejor con Gavi o con De Jong, de si Raphinha y Dembélé son los extremos que necesitas o de si Ansu Fati debería jugar más minutos o no.

Eric García es el nuevo Piqué los días pares y el nuevo Mingueza los impares. Piqué, al parecer, está acabado, pese a haber sido el mejor central del Barcelona el año pasado. Los laterales no gustan al público ni entusiasman al entrenador, que lo mismo te pone cuatro distintos en un mismo partido que deja a Sergi Roberto lidiar con Vinicius él solito. Todo esto, ya digo, forma parte del estado de nervios de un club que cree que está al margen de la realidad y no entiende que dicha realidad sea tan terca con sus errores. Lo que no tiene sentido alguno es lo de Robert Lewandowski.

Después de cientos de millones gastados en el último año, lo cierto es que el Barcelona no parece tener a quién agarrarse. Pedri aún no demuestra la jerarquía de un Xavi o un Iniesta y en cualquier caso es muy joven para ello. Cuando las cosas van mal, el equipo naufraga y lo más fácil es culpar al más conocido, en este caso, a Lewandowski. Cuando el polaco responde, se pide para él el Balón de Oro. Cuando no marca, se le culpa de venirse abajo en los grandes partidos. De los términos medios, mejor nos olvidamos.

Robert Lewandowski es un jugador sensacional. No solo eso, sino que lleva diez años siéndolo. Lo ha sido en Dortmund, lo ha sido en Munich y lo está siendo en Barcelona. Dicho esto, es un jugador de 34 años que mantiene un instinto voraz para el gol, pero que, lógicamente, es complicado pedirle más que lo que ha hecho en el Bayern. De hecho, es absurdo que se le pida lo que ni siquiera hacía Messi ya en sus últimas temporadas: ganar él solo los partidos.

A Lewandowski se le atiza porque no hay otro más grande, pero acusarle de desaparecer en los partidos importantes es ridículo. Por supuesto, cuanto mayor el rival, más difícil es brillar. Militao le defendió de maravilla el otro día en el Bernabéu y aún fue capaz de desviar el pase de Ansu Fati para que Ferran Torres empujara a la red. No marcó en Munich ni en Milán, de acuerdo… pero tampoco marcó ningún otro compañero, no lo olvidemos. El naufragio fue compartido. Si los extremos se dedican a perder todos los balones o a centrar de cualquier manera, el delantero centro lo tiene complicado.

Ahora bien, sí que marcó contra el Inter en el partido más importante del año. Marcó dos veces. Dos goles que prácticamente se sacó de la nada. De dos balones colgados al área que consiguió rematar entre doscientos defensas contrarios. De hecho, remató bastantes más, pero sin el mismo éxito. Qué se le va a hacer. Lewandowski es un tipo que no pierde la cara al partido ni en la derrota. Contra el Madrid bajó a recibir, luchó contra los centrales, fijó posiciones, arrastró en desmarques y solo le faltó que alguien le pusiera un balón en condiciones. ¿Desaparecido? No sé, tal vez vi otro partido.

Lo que no vamos a pedirle es que sea supermán. Habrá partidos en los que él solo dé la vuelta a marcadores con acciones individuales, pero serán pocos en el fútbol de élite. Lo que no se puede es despreciar todo lo que ha hecho contra Real Sociedad, Sevilla y compañía. No tiene sentido presumir de que tu equipo iba líder hasta la semana pasada y luego atacar al jugador que lo ha llevado allí con sus nueve goles en otros tantos partidos. El polaco, además, ha marcado el primer gol de su equipo en cuatro de esos nueve partidos. En otros dos, marcó el segundo, el que asentaba el triunfo.

No, Lewandowski no es el Ronaldinho de 2005 ni es el Messi de 2011. Lewandowski tiene trucos en su chistera, pero se le van acabando los conejos y es normal. Si lo que el Barcelona quería era a Haaland, podía haber pujado por él. Prefirió hacerlo por un maravilloso delantero que costó 45 millones de euros, una tercera parte más o menos de lo que costaron Coutinho o Dembélé. No le puede exigir más de lo que está dando. De hecho, hay veces que uno se pregunta de dónde saca Lewandowski tanta paciencia para seguir animando a sus compañeros, corrigiendo en el campo sus posiciones y no poner nunca una mala cara.