Una vez que se confirmó el traspaso de Marc Gasol a los Memphis Grizzlies a cambio de prácticamente nada, todo el mundo repitió al unísono que el futuro del pívot catalán estaba en España, en concreto en un pequeño club de la LEB Oro llamado Basquet Girona y entrenado por un clásico de la ACB de la década de los noventa y los dos mil: Carles Marco. En sí, la noticia era chocante porque pasar de jugar en los Lakers con LeBron y Anthony Davis a hacerlo en la segunda división española tiene su aquel. Ahora bien, nadie puso en duda que Marc tuviera interés en jugar en dicho equipo… teniendo en cuenta que él es el propietario, que ayudó a su fundación en 2014, y que Girona fue el lugar donde le cambió la vida gracias a aquel mágico Akasvayu de Raül López, Gregor Fucka, Darryl Middleton y otras figuras del estilo.
De un medio, la noticia pasó a otro medio y así acabó llenando, en forma de rumor, las páginas de todos los medios. La historia tenía sentido, como la tenía la renovación de Messi o el fichaje de Mbappé. El asunto es si es verdad o no. Obviamente, quien se lanzó por primera vez a publicarla lo hizo con las espaldas cubiertas. Con alguien habría hablado. Es de entender que el entorno de Marc Gasol o el propio jugador en primera persona filtrarían la posibilidad y con eso bastó. ¿Quién va a saber más sobre su futuro que el propio protagonista?
Es cierto que, desde que fuera campeón de la NBA con Toronto y del mundo con España en el verano de 2019, el rendimiento de Marc Gasol no ha sido el mismo ni de lejos. También es cierto que en enero cumplirá 37 años y que le vimos bastante apuradillo -por decir algo- en los recientes Juegos Olímpicos. Ahora bien, viendo el rendimiento de su hermano Pau en el Barcelona, tras dos años sin jugar ni un partido profesional, es imposible no preguntarse si Marc no tiene lugar para al menos unos minutos en un equipo apañadete de la Euroliga. Probablemente, sí.
También es cierto -y es lo que dimos por hecho al leer la noticia- que todo tiene su límite y que lo mismo, con 37 años, lo que le apetece a uno es retirarse. Jugar un añito o dos a bajo nivel, ayudando en lo posible a tu equipo -nunca mejor dicho- a ascender a la ACB y luego ya dejarlo. Vivir en Girona, tan a gusto, rodeado de los tuyos y con una exigencia mínima. Darse el gustazo de “morir en vida”, hasta cierto punto, entre homenaje y homenaje por las distintas canchas de la liga federativa.